Alebrijes

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Los alebrijes son elaborados tradicionalmente en San Antonio Arrazola y San Martín Tilcajete. Las variadas formas de las ramas del copal invitan a los artesanos a dejar volar su imaginación y, con la ayuda de machetes y navajas, darles vida a estas figuras fantásticas. Un alebrije lleva detrás un trabajo prolongado de tallado y pintura. Dependiendo de las complejidad del diseño y del acabado, una pieza puede tardar meses o hasta más de un año en ser concluida.

La invención de los alebrijes se la debemos a Pedro Linares, un artesano experto en cartonería oriundo de la Ciudad de México. El origen de su obra no es cosa fortuita, sino resultado de uno de los episodios más duros de su vida. Como lamentablemente ocurre con muchos artesanos mexicanos, don Pedro se las veía duras para sostenerse económicamente con su oficio.

Para su mala fortuna, a los 30 años (por ahí de 1936) contrajo una enfermedad que lo mantuvo postrado y al borde de la muerte por no contar con la posibilidad económica para recibir atención médica especializada. Todo parecía perdido para don Pedro y su familia. A pesar de todos los cuidados que recibía, el final de sus días parecía acercarse.

Mientras la familia se preparaba para la peor, Don Pedro se hundió en un sueño profundo —hay quienes incluso dicen que estuvo muerto por algún tiempo, despertando en medio de su propio velorio. Fue en este momento que la suerte dio un vuelco. La salud regresó al cuerpo del artesano, trayendo también la idea que lo haría famoso en México y el mundo.

Pedro Linares describió que, durante su inconsciencia, tuvo la sensación de haber estado en un bosque tranquilo atravesado por veredas rocosas en donde frecuentemente escuchaba ruidos extraños. Al buscar el origen de aquellos sonidos, aparecieron frente a él criaturas extraordinarias que repetían incesantemente una misma palabra: alebrije.

Don Pedro asegura haber visto un burro con alas y un gallo con cuernos de toro. En ese mismo sueño, se le apareció un hombre que le indicó la salida de aquel mundo fantástico, argumentando que aún no era su momento para estar ahí.

En cuanto recuperó sus fuerzas, comenzó a recrear aquellas criaturas extrañas utilizando la técnica de cartonería que ya dominaba. A estas nuevas esculturas les puso el nombre de alebrijes, tal como recordaba haberlos escuchado en aquella aventura onírica.

Y así fue como se materializaron los alebrijes en nuestro mundo a mediados del siglo XX. Poco tiempo después, esta artesanía alcanzó una popularidad inusitada que llevó a Pedro Linares a exponer sus obras en diferentes partes del mundo. En 1990 le fue otorgado el Premio Nacional de Ciencias y Arte. Dos años más tarde, Don Pedro falleció a los 82 años de edad, quizás llamado por sus alebrijes para regresar definitivamente a ese pacífico bosque.


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